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Tiempo de lectura: 2 minutos“Una jornada en la vida de un noble azteca”. Revista National Geographic Historia, Nº 136, 2015: 18-21.
En Tenochtitlán, la hermosa capital del Imperio azteca, cada jornada empezaba al son de los tambores que tocaban los sacerdotes desde lo alto de los templos de la ciudad. Según escribía un cronista español, Diego Durán, al oír los timbales «los caminantes y forasteros se aprestaban para sus viajes, los labradores iban a sus labranzas, los mercaderes y tratantes a sus mercados y se levantaban las mujeres a barrer». También empezaba así el día para los nobles que formaban la casta de guerreros, funcionarios y sacerdotes que regían el Imperio.
Con la salida del sol, en cada casa noble los sirvientes debían tener todo preparado para el cuidado de sus señores. Éstos dormían en una estera o petate, de aproximadamente 1,35 metros de ancho por 1,9 de largo, sobre la que se colocaban suaves mantas de algodón que servían de colchón. Al despertar los amos, los criados doblaban el petate y las mantas y los guardaban en baúles para dejar la sala despejada. La gente de condición modesta, en cambio, no disponía de mantas y se limitaban a doblar el petate y apoyarlo contra la pared para mitigar el frío o la humedad.